Una vez un señor estaba trabajando, era muy pobre, siempre caminaba para ir
a comprar sus trastes y poder volver a venderos. Antes se caminaba nada más, la
gente iba caminando desde aquí hasta México. Una vez se fue, se dice que paso
por una laguna y que en esa laguna fue a descansar pues siempre descansaba en
ese lugar, dicen que se durmió sentado a la sombra y que cuando despertó sintió
que una mujer estaba parada a su lado.
- ¡Despierta! quiero pedirte un favor... ¿Me llevas? ¿Nos vamos?
Entonces el señor le respondió que no, porque llevaba mucha carga, que
llevaba muchos trastecitos. Y entonces la muchacha, que era una muchacha
delgada y muy bonita, le volvió a decir:
- No, no peso, me voy a sentar donde están tus ollas y tus platos...
-No, porque me vas a romper los platitos - dijo el señor
- No, no te los rompo, me siento aquí - termino por decir la muchacha y
termino por ganarle la voluntad al señor. Entonces la muchacha muy bonita
se subió, no quebró los platos. Al caer la noche, cuando murió el sol, el
viejito sabia donde debía descansar, donde podía recostarse, entonces el señor
saco las tortillas y se disponía a comer e invito a la muchacha.
- Yo no como, pero tú come, yo te espero - dijo la muchacha tranquila.
Cuando se iban a acostar, el señor se recostó en un lado y la muchacha en
otro, pue el señor pensó que si dormían juntos podían hacer algo, por eso se recostó
lejos de la muchacha, pero quien sabe que pensaría después y se arrimó a la
muchacha y esta le dijo:
- No, no te me acerques, acuéstate a dormir, te puedo asustar - entonces se
destapó las piernas y tenía muchas serpientes, acociles, salamandras y ranas pegada
en las piernas. Pero cuando le enseño al señor sus piernas, este no tuvo miedo.
- Si, me voy a acostar no más - dijo el señor y durmió.
Cuando amaneció el señor le dijo a la muchacha que ya se iría, que seguiría
caminando. Cuando se fueron la muchacha otra vez era normal, ya no tenía a los
animales pegados a sus piernas. Cuando llegaron a otra laguna, la muchacha le
dijo que ahí se quedaba.
- ¿Aquí te bajas entonces? - pregunto el señor.
- Si, y te voy a pagar por traerme, pero ahora vete a vender - dijo muy
seria la muchacha. - mañana me esperas aquí si tu llegas primero, si llego yo
primero te espero.
- Si - dijo el señor y se fue rápido a vender sus platos y las ollas que
llevaba. Camino y llego a México.
Cuando regreso no había nadie, llego al lugar donde debía esperar a la
muchacha y se sentó, se durmió otra vez y cuando sintió lo estaban
despertando...
- Despierta, aquí estoy - le decía la muchacha mientras lo zarandeaba. En
sus manos traía una naranja muy grande.
- llévala, se la das a tu esposa, no la peles, guárdala y llévala no mas
¿Cuantos viven contigo? - dijo la muchacha.
- Somos dos, mi mujer y yo - le respondió el viejito.
- Llévala, cuando llegues se la das, que la vea - dijo la muchacha - cuando
llegues le dices: "Fui a llevar una muchacha, me pago" entonces pélala
para comer, comerás toda tu vida.
- Gracias, dijo el señor.
- Vete rápido, ya no vas a volver a vender - le dijo al señor la muchacha.
Cuando llego a su casa con su mujer, le dijo - traigo una naranja, me
pagaron, una mujer que lleve cargando, la muchacha me pago.
- dámela - dijo la esposa. Cuando la pelaron no había fruta, había puro
dinero. Entonces fue rico el señor y salió de pobre, con la naranja.
Juana Delgado de Ramírez.
Relatos Otomies.
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